FRENTE AL CAPITALISMO EN CRISIS SOLO HAY UNA ALTERNATIVA: REVOLUCIÓN SOCIALISTA!
   
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  Frente a la muerte de Orlando Zapata Tamayo y las libertades en Cuba
 

Frente a la muerte de Orlando Zapata Tamayo y las libertades en Cuba

 

Escrito por LIT-CI   

Lunes 15 de Marzo de 2010 01:42

La muerte del preso cubano Orlando Zapata Tamayo, luego de una larga huelga de hambre, ha provocado una amplia polémica internacional.

Es que las circunstancias del caso y su repercusión internacional han puesto al rojo vivo la actuación del gobierno cubano y qué actitud deben tomar las organizaciones de izquierda en casos como este. Mucho más profundamente, el debate nos lleva a la cuestión de qué es actualmente el estado cubano, como el contexto general dentro del cual debe darse el análisis del caso y la toma de posición.

¿Quién era Orlando Zapata Tamayo?

La mayoría de las organizaciones de izquierda han salido a realizar una defensa a ultranza del gobierno cubano y a denunciar que su repercusión mediática es una nueva campaña imperialista contra lo que consideran “el último bastión del socialismo”.

El primer argumento en este sentido, es que él no era un “preso político” sino un marginal, un delincuente antisocial que aprovechó su condición de preso para presentarse como “disidente” y comenzó a ser utilizado por los medios imperialistas. Pero esta acusación falsifica burdamente la realidad. Por eso, es necesario ver cómo funciona el sistema penal cubano y quién era realmente Orlando Zapata. Porque es a partir de esta cuestión que se empieza a entender la realidad de lo ocurrido.

Los órganos oficiales de Cuba y quienes los apoyan tratan de mostrar a Zapata Tamayo como un “preso común”, alegando que fue detenido varias veces en los años 90, acusado por delitos como “estafa”, “desorden público” y “agresiones”. Es sobre esta ficha jurídico-policial que se apoyan los órganos del PC cubano para tildarlo de “delincuente”.

El sistema judicial cubano, por las razones que luego veremos, está completamente viciado. Pero vamos a suponer que Zapata Tamayo haya cometido esos delitos por los cuales fue apresado en los 90. Sin embargo, esos mismos órganos oficiales “olvidan” el hecho de que, en diciembre de 2002, no fue detenido por ninguno de esos delitos, sino por haberse trasformado en un opositor al régimen. Granma, periódico oficial del PC cubano, dice que fue liberado bajo fianza el 9 de marzo del 2003 y, según este medio de prensa “volvió a delinquir el 20 del mismo mes”. ¿A que se debió esa última detención? ¿Qué significa para Granma “volver a delinquir”?

Un preso de conciencia

La última detención se produjo porque, junto con otras personas, realizaba una huelga de hambre en una casa, organizada por la Asamblea para Promover la Sociedad Civil. Luego, Es juzgado y condenado por “desacato, desorden público y desobediencia al Estado” y recibe una larga condena. Desde entonces, venía realizando diversas protestas exigiendo su libertad (y, mientras, tanto mejores condiciones de detención) que culminaron con la huelga de hambre que llevó a su muerte.

La Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), encabezada por el abogado y disidente político Elizardo Sánchez, lo reivindicaba como preso político y desde 2004 Amnistía Internacional lo reconocía como “preso de conciencia” (es decir, por sus convicciones y no por delitos comunes), exigiendo su libertad.

Es muy probable que Orlando Zapata (o la organización a la que estaba ligado) tuviera posiciones procapitalistas. No tenemos ningún compromiso con sus planteos políticos ni sus ideas. Pero él no fue detenido porque estuviera a favor de restaurar el capitalismo sino por reclamar libertades democráticas en el país. El enfrentamiento real que hubo entre él y el gobierno cubano, y que lo llevó a la muerte, fue que el régimen político no acepta que se hagan actividades contra él.

Es necesario preguntarse, que pasó en Cuba, en las últimas décadas para que un obrero especializado, como lo era, en la década del 80, Orlando Zapata, sea condenado a largos años de cárcel sólo por protestar contra el régimen. En segundo lugar, por qué el gobierno cubano prefirió dejarlo morir antes de hacer ninguna concesión a un preso de conciencia para que no sirviera de “mal ejemplo”.

Una actitud que indigna

Las circunstancias de su muerte, y la actitud del gobierno de Raúl Castro de negar ninguna responsabilidad indigna a quienes lucharon y luchan contra las persecuciones a los militantes de izquierda y que, en las cárceles de las dictaduras o de los países imperialistas, muchas veces tuvieron que recorrer a este tipo de medidas.

También indignan las declaraciones de Lula, presidente de Brasil, que salió a defender la represión del estado cubano y atacó a los que hacen huelga de hambre, comparándolos con “bandidos brasileños”. Lula “olvida” la propia experiencia de lucha del pueblo brasileño contra la dictadura militar y las muchas veces que, en esa época, los presos políticos utilizaron esa herramienta, incluso cuando él estuvo preso.

Algo que es más grave aún cuando, actualmente, el imperialismo y los gobiernos capitalistas usan las acusaciones de “criminales” o “bandidos” contra luchas sociales, como las ocupaciones de tierra, y atacan a los activistas obreros, campesinos o indígenas que luchan contra el latifundio y el saqueo de las empresas multinacionales. Al sumarse a estas definiciones en Cuba, Lula le sirve en bandeja a la derecha la posibilidad de usarlo en el resto de los países del mundo.

La revolución cubana y la restauración

Es imposible entender la muerte Orlando Zapata Tamayo sin ubicarla en el marco de un proceso económico social mucho más profundo: la restauración del capitalismo que vivió Cuba desde finales de los años 80 y mediados de los 90, impulsada por el régimen del Partido Comunista.

El proceso abierto con la revolución de 1959, es decir la expropiación de las empresas del imperialismo yanqui y de la burguesía cubana y el inicio de una economía planificada centralmente, transformaron a Cuba en el primer estado obrero del continente latinoamericano. La revolución logró avances inmensos en áreas como educación y salud, en la mejora general del nivel de vida de la población y se eliminaron la pobreza extrema y la miseria.

Cuba se convirtió en un símbolo de lo que era capaz de lograr una revolución socialista y los dirigentes del proceso, Fidel Castro y el Che Guevara, adquirieron inmenso prestigio y se transformaron en una referencia política para millones de luchadores y revolucionarios del mundo. Sin embargo, desde el propio inicio de la revolución, la dirección castrista se constituyó en una burocracia gobernante que, pocos años después, se integraría en el aparato estalinista mundial, centralizado desde la casta gobernante en la ex URSS.

Esta ubicación política se expresó en el apoyo de Fidel Castro a la invasión del ejército soviético a Checoslovaquia, en 1968, o en su orientación al FSLN, en 1979, después de derrocar la dictadura de Somoza, de no hacer de Nicaragua “una nueva Cuba” (es decir, no avanzar hacia la revolución socialista). Al interior de Cuba, impidió el ejercicio de la democracia obrera y persiguió no sólo a los agentes de los “gusanos” de Miami sino también a sus opositores de izquierda.

A final de los 80 y comienzos de los 90, la restauración capitalista en el Este europeo y la caída de la URSS significaron un duro golpe para la economía cubana, centrada en la exportación de azúcar y su intercambio por petróleo y tecnología con esos países. En este contexto, la dirección castrista comenzó a desarrollar una política de restauración capitalista y de desmonte de las bases del estado obrero. Los pilares fundamentales de una economía planificada (el plan central gubernamental y el monopolio del comercio exterior) ya no existen y la economía cubana funciona según las leyes capitalistas de mercado.

La restauración significó la pérdida o el deterioro extremo de la mayoría de las conquistas de la revolución y la vuelta de las lacras que se habían eliminado, o reducido al mínimo, como el desempleo, la prostitución, la marginalidad, la drogadicción y la delincuencia (datos que son reconocidos, incluso, por la propia dirección cubana). El gobierno de Raúl Castro sigue atacando una tras otra las conquistas que restaron: comedores populares, libreta de racionamiento, reducción de los presupuestos de salud y educación. Los sueldos de los sectores obreros de base son miserables, no existe el derecho de huelga ni de organizarse de forma independiente del Estado.

Al igual que en China, los capitales extranjeros buscan aprovechar los bajísimos salarios y las condiciones propicias para la acumulación de capital y así extraer ganancias extraordinarias: crecen las inversiones imperialistas de Europa y Canadá, e incluso de sectores burgueses de Brasil.

Una dictadura capitalista

A diferencia de lo ocurrido en la ex URSS o en los estados del este de Europa, donde, los responsables del proceso de restauración capitalista (los regímenes y partidos estalinistas) fueron luego después derribados por las masas, el proceso cubano siguió el “modelo chino”. Es decir, las masas no consiguieron derribar los regímenes de partido de los PCs, que continúan a la cabeza del ahora estado capitalista (aunque sigan hablando de “socialismo” y usando su simbología).

La mayoría de la izquierda ya empezó a reconocer lo que ocurrió en China, pero se niega a hacer lo mismo con Cuba y la reivindica como el “último bastión del socialismo”. Es cierto que la permanencia de la dirección de los hermanos Castro, la misma que encabezó la revolución, puede generar confusión. También que el reconocimiento de la restauración y la realidad cubana actual resultan dolorosas para quienes vimos en la revolución cubana una gran esperanza. Pero esto no puede nunca justificar la negación de la realidad y, menos aún, una política totalmente equivocada basada en esa negación.

La realidad nos indica que hoy en Cuba se da una pésima combinación para los trabajadores. Por un lado, un sistema económico capitalista de explotación, la vuelta de sus peores lacras y una recolonización de la isla, realizada por los imperialismos europeo y canadiense. Por el otro, un régimen dictatorial y antidemocrático transformado en socio, impulsor y defensor de la restauración capitalista y sus consecuencias. En este sentido, el régimen cubano es semejante al chino: los mismos que antes defendían sus privilegios como burocracia, ahora defienden a los nuevos capitalistas y sus negocios a cualquier costo.

Una dictadura que impide la libertad de expresión y reprime a cualquier corriente política que discrepa con su línea (cualquiera sea su posición), que según informe de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional – CCDHRN (ligada a la oposición) mantiene no menos de 200 presos políticos. Amnistía Internacional, por su parte, reconocía 58 prisioneros políticos, en 2008. Más aún, en Cuba, no hay procesos judiciales públicos, las audiencias son cerradas, y se puede perseguir en forma implacable a trabajadores como Orlando y condenarlos a 30 años por el “crimen” de “desacato a la autoridad”. 

Una dictadura que teme como la peste a la libertad de manifestación: el propio entierro de Orlando fue objeto de un cerco policial en la pequeña ciudad de Banes, sin ningún respeto por el dolor de los amigos y familiares, para evitar que se trasformara en un evento político. Se hicieron más de 60 detenciones en todo el país para que los activistas más próximos a él no estuvieran presentes.

Hay otros activistas de oposición que luchan por la libertad de los presos políticos: un disidente, el periodista Guillermo Fariñas entró en huelga de hambre en su casa, en repudio a la muerte de Orlando y por la liberación de otros detenidos. Nuevamente, la respuesta del régimen es decir que no tendría ninguna responsabilidad por su posible muerte y acusarlo de “agente de los Estados Unidos”.

Un programa de libertades democráticas

En la época que era un estado obrero burocrático ya había un intenso debate sobre Cuba, en la izquierda. Para la mayoría de las organizaciones, la defensa de la revolución implicaba también el apoyo incondicional a la dirección castrista y su régimen. Para la corriente que hoy constituye la LIT-CI, para defender esas conquistas (igual que en la ex URSS o en China) era necesario realizar una revolución política que derrocase a la burocracia e impusiese un verdadero régimen de democracia obrera, porque si permanecía el régimen de la burocracia castrista, se acabaría restaurando el capitalismo, como así ocurrió.

En aquel momento, no defendíamos las libertades para los burgueses o pequeño-burgueses que buscaban restaurar el capitalismo. Exigíamos democracia obrera pero no estábamos a favor de dar libertades a las fracciones políticas que querían la vuelta del imperialismo o conspiraban para derribar el Estado obrero, como los “gusanos” de Miami.

Pero la realidad cambió: Cuba no es más un estado obrero con un régimen burocrático, sino un estado capitalista gobernado por una dictadura. Hoy, el centro de nuestro programa de reivindicaciones para Cuba es de lucha frontal contra la dictadura y por las más amplias libertades democráticas (sindicales, civiles y políticas).

Todo revolucionario que lucha contra el capitalismo y por el poder a la clase obrera sabe que hay que diferenciar los distintos regímenes de un estado capitalista. Por ejemplo, una dictadura burguesa de un régimen democrático-burgués. Frente a las dictaduras burguesas, luchamos por las libertades para diferentes sectores sociales.

Por ejemplo, en Argentina, en 1976-1982, o Brasil, en 1964-1984, había sectores burgueses opositores a los regímenes dictatoriales. En esos momentos, cualquier militante de izquierda estaba en contra de que esos sectores fueran reprimidos por las dictaduras. En esas situaciones, luchamos por las más amplias libertades democráticas para todas las corrientes opositoras, incluidas las burguesas, para permitir que el pueblo se organice y movilice contra esos regímenes.

Eso no significaba ningún compromiso con esas corrientes burguesas o proimperialistas, como el radicalismo argentino o el MDB brasileño, a los que combatíamos políticamente. En esos casos, los revolucionarios llamamos a una amplia unidad de acción, incluso con esos sectores burgueses, para combatir a las dictaduras, pero mantenemos la más absoluta independencia de clase y construimos una alternativa que apunte al poder y a la democracia obrera. Esa unidad de acción responde al hecho que la clase obrera necesita que existan las más amplias libertades democráticas para avanzar en su organización.

En el caso actual de Cuba, estamos frente a una situación semejante, más allá de las apariencias y de los discursos. Los revolucionarios debemos luchar por conseguir las libertades democráticas que faciliten la organización de los trabajadores y la lucha para hacer la revolución socialista (quizás, en el caso cubano, debamos decir “rehacer”). Para eso también reivindicamos amplias libertades democráticas, incluso para los opositores burgueses y pequeño-burgueses y repudiamos la represión a los disidentes políticos, como haríamos frente a cualquier régimen dictatorial burgués latinoamericano.

Por eso, nuestra posición en el caso de Orlando Zapata Tamayo es que, independiente de las posiciones proburguesas que probablemente tuviera, debíamos reivindicar su libertad y debemos luchar por la libertad de los demás presos políticos y de conciencia que reclaman derechos humanos y civiles en el país. Al mismo tiempo, condenamos lo actuado por el gobierno cubano en este caso y lo responsabilizamos por su muerte.

Defender las libertades democráticas en Cuba es la mejor forma de presentar una alternativa contra las maniobras del imperialismo

Muchas veces, el imperialismo, utiliza las campañas de exigencia de libertades democráticas para defender sus intereses políticos y económicos. En ocasiones, eso lo lleva a cuestionar dictaduras. Así lo hizo, por ejemplo, el ex presidente de EEUU, Jimmy Carter, con la dictadura argentina, en sus años finales. Una imagen similar trata de vender hoy Obama. ¿Eso significaba que, porque Carter reclamaba libertades en Argentina, debíamos defender esa dictadura?

La izquierda debe levantar más que nunca las banderas democráticas y de defensa de los derechos humanos en Cuba. En caso contrario, lo que hará es dejarlas en manos del imperialismo y de la derecha. Que así van a prestigiarse ante los ojos de los trabajadores y los pueblos del mundo (y del propio pueblo cubano) como los representantes de la “democracia” y, como ya hemos visto, utilizarla a su servicio. Si la mayoría de la izquierda continúa apoyando la dictadura cubana, facilita la política del imperialismo de identificar a la izquierda y el socialismo con la falta de democracia.

La restauración del capitalismo ya se ha producido en Cuba, de la mano de la dirección castrista y al servicio de los imperialismos europeo y canadiense. Reivindicar lo actuado por el gobierno cubano en el caso de Orlando Zapata Tamayo (y más en general, toda la acción del régimen) no significa hoy defender (así sea equivocadamente) al “último bastión del socialismo” sino, por el contrario, defender una dictadura capitalista. Defenderla no contra el sistema capitalista y el imperialismo, que ya están de vuelta en la isla, sino contra las necesidades de los trabajadores y el pueblo cubanos. La salida para Cuba es construir una alternativa obrera independiente que enfrente a la dictadura castrista y al imperialismo y que luche por una nueva revolución socialista.

Leer especia:

Prologo al Veredicto de la Historia de Martín Hernández

Cuba... no es una isla

Cuba: no dejar la "democracia" en manos del imperialismo



 
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