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  La muerte de Gadafi impulsa la revolución árabe
 
 
La muerte de Gadafi impulsa la revolución árabe
     

El golpe final a la dictadura libia.

Quién podría decirlo ocho meses atrás. Sobre un sucio colchón, tendido en medio del mercado de Misrata, yacía con la cabeza ladeada el cuerpo ensangrentado de Muamar el Gadafi. El mismo que que se autodenominaba “rey de reyes”; ni más ni menos. A su lado estaban, también tendidos y siendo exhibidos a la población que se agolpaba para corroborar con sus propios ojos que estén todos bien muertos, Abu Baker Yunes Jaber, antiguo jefe de su ejército; Mutasim, hijo del tirano y odiado por la brutalidad con que cumplía sus tareas represivas durante el mandato de su padre, además de otros 53 ex personeros del régimen defenestrado.
 
Es la fuerza de las revoluciones. Es la fuerza transformadora e incontenible de todo un pueblo que se une y lucha, sin temor a la muerte, en aras de su libertad y de mejorar sus condiciones materiales de vida. Lo que ocurre en Libia, como parte de lo que sucede en el mundo árabe, se ajusta a lo que Trotsky decía al definir las revoluciones: “El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos (…) en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen (…) La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.
 
Las masas ajusticiaron a Gadafi
 
Fueron las masas libias las que, aquel 15 de febrero, comenzaron su heroica lucha en contra de la feroz tiranía que Gadafi encabezó durante 42 años. Organizados en milicias populares y con armas en la mano, los libios liquidaron definitivamente aquel régimen siniestro y al mismo Gadafi. Si bien la OTAN bombardeó las posiciones de Gadafi (según ellos sin saber que él estaba ahí), como demuestran las imágenes que recorrieron el mundo después de la muerte de tirano de Trípoli, fue el pueblo, no la OTAN, el que finalmente acabó con la vida del otrora todopoderoso de Libia.
 
Como se dio en otro procesos revolucionarios en la Historia, el pueblo desató su furia y odio legítimos en contra de sus opresores. Para quienes afirman que Gadafi murió como un héroe o un mártir, es preciso señalar que el extinto tirano, en verdad, estaba tratando de huir con sus esbirros y grandes cantidades de oro en un convoy de 11 vehículos militares que atravesaba la ciudad de Sirte, que desde hace semanas era escenario de durísimos enfrentamientos entre su guardia pretoriana y los rebeldes libios. Después del bombardeo aéreo al convoy, Gadafi aún estaba vivo y fue, desesperado y armado con una pistola de oro, a esconderse en una sucia alcantarilla. Ironía de la Historia. El mismo que hace ocho meses amenazaba con cazar casa por casa “como ratas” a los rebeldes, pasaba sus últimos momentos como una de ellas. Luego, lo sabido. Los rebeldes, en su mayoría de Misrata -una de las ciudades más castigadas por su régimen y por la represión oficial a la revolución libia- lo descubrieron y lo lincharon ante sus súplicas y sus gritos -!que cinismo!- de: "¿Qué os he hecho?".
 
Estos son los hechos y las imágenes lo demuestran. Vanas y falsas son las declaraciones del primer ministro del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mahmud Yibril, que aseguró categóricamente que Gadafi murió por causa de una “bala perdida” de alguno de sus hombres. Es categórico que este no era el final que el imperialismo y el CNT querían para el ex dictador, para quien, a lo sumo, reservaban un juicio internacional que dejaría su suerte en manos del imperialismo. Con justa razón, los rebeldes no estuvieron dispuestos a esperar y confiar en un proceso semejante. El hecho que las masas ajusten cuentas con el dictador con sus propias manos no es, para el imperialismo, un buen ejemplo para los libios y el resto de los países árabes.
 
Ante los alaridos de la ONU o de aquellos entes imperialistas que dicen defender los derechos humanos -muchas veces blanqueando dictadores y genocidas- es preciso decir que las revoluciones tienen sus propios códigos morales. El pueblo, expresando su legítima bronca por décadas de opresión y atrocidades espantosas, cuando ajusticia a sus verdugos está, en verdad, realizando un inmenso acto de justicia. La justicia de las revoluciones populares no es la de la ONU, ni tiene la hipocresía de los tribunales de La Haya o de cualquier otra instancia burguesa. Sus acciones están legitimadas por la justeza de su causa.
 
El pueblo libio se siente victorioso
 
Es por eso que el pueblo está feliz. Siente el fin del régimen y la muerte de Gadafi como su victoria. Es casi imposible encontrar a una sola persona que prefiriera un juicio al dictador. Un estudiante libio, de 26 años, comenta al Diario El País: "No había otra opción. Mejor la muerte que el juicio, porque un proceso daría esperanzas a sus partidarios de que todavía podrían recuperar el poder". Ismail Abdula Shanab, combatiente del campo rebelde, cuanta su hazaña orondo y sonriente: "Yo estaba en el grupo que encontró al general Yunes Jaber en Sirte. Me metí en la tubería donde se escondía y le disparé. Creo que yo le maté". Hakim al Misrati, enfermero de 44 años, sentenció refiriéndose a Gadafi: "Pregunta a quien quieras. Todos queríamos que lo mataran". En el mismo sentido, Ashraf, también de origen libio, dice: "Prefiero que lo hayan matado. El mundo es mucho mejor sin Gadafi. Es un criminal, y si fuera juzgado podría seguir creando problemas en Libia. Creo que la inmensa mayoría de los libios piensa como yo”. Otro miliciano, Abdelaziz, en tono más tajante, dijo a la misma fuente mientras pasaba por la improvisada morgue: “Habría que sacarle las vísceras y volverle a coser para poder seguir exponiéndolo al pueblo”.
 
La muerte de Gadafi fue festejada también por los pueblos de los demás países árabes. En movilizaciones realizadas en Siria o Yemen ya se escucha que, después de Gadafi, le siguen Assad y Saleh. Un militante egipcio, por su lado, expresó cierta “envidia” por el proceso libio: "A mí me gustaría que al presidente Hosni Mubarak le hubieran hecho lo mismo".
 
El odio es legítimo. Es legítimo en un país hambreado y oprimido por una dictadura feroz en el cual las madres eran obligadas a presenciar el ahorcamiento público y televisado de sus hijos; donde en las casas nadie se atrevía a hablar de Gadafi por temor a que los niños repitieran alguna frase escuchada; donde las detenciones se daban por criticar lo más mínimo; donde no existía ningún derecho o libertad de expresión o de organización sindical y mucho menos política. Las masas aplican su propia justicia que, generalmente, resulta en un mínimo resarcimiento de todos los crímenes y humillaciones que pueden llegar a soportar durante décadas o incluso siglos. Por ejemplo, es difícil no remitir este caso al final del dictador Mussolini, quien también fuera ajusticiado por la resistencia armada de los partisanos y cuyo cadáver quedó expuesto en Milán de cabeza, para mayor escarnio público. Pocos días antes, las bandas fascistas habían hecho lo mismo con otros 15 luchadores antifascistas.
 
La muerte de Gadafi es el último acto de la caída de un régimen de terror y pro-imperialista. Es un hecho importante pero no cualitativo, desde el momento en que su régimen, sobre las fuerzas armadas gadafistas, ya fueron demolidas en agosto con la entrada de los rebeldes en Trípoli.
 
Chávez continúa apoyando a dictadores
 
Pero Chávez, el presidente de Venezuela, no aprendió nada con todo el proceso revolucionario en el mundo árabe y libio en particular. Desde el inicio se colocó, junto a Castro, en contra de estas revoluciones y al lado de dictadores sanguinarios como Assad o Gadafi. Con la muerte de este último, Chávez demostró que mantiene esta posición. Desde Miraflores dijo: “Recordaremos a Gadafi durante toda la vida como un gran luchador, un revolucionario y un mártir”, al mismo tiempo en que denunció su “asesinato” como un “irrespeto a la vida” de un amigo que resistía una “agresión imperialista”.
 
Estas palabras, después de conocer los oscuros nexos que tenía Gadafi con la CIA y el MI6 británico basado en el intercambio y la tortura de prisioneros con Bush y Blair, en el marco de la reaccionaria “lucha contra el terror”, y todo el historia sumiso al imperialismo desde hace más de una década, sirven para demostrar, una vez más, el verdadero rostro del castro-chavismo. El cuento de que Gadafi era un luchador antiimperialista a estas alturas es absurdo ¿O será que el imperialismo va confiar sus operativos e informaciones secretas a un enemigo? La cuestión es otra. La cuestión es que el castro-chavismo se mantiene al lado de los dictadores, en contra de los pueblos.
 
La revolución libia continúa
 
La revolución árabe entra en un nuevo momento. El proceso está en curso, en medio de una tremenda victoria democrática del pueblo libio y de la contradicción que representó – y representa- la intervención de la OTAN y de la existencia del CNT al frente del protogobierno pos Gadafi.
 
El imperialismo, a través del CNT, se juega a contener y finalmente a derrotar a la revolución. Pero, para lograr esto, debe encarar el enorme problema de desarmar a las masas que se sienten, con toda razón, victoriosas. La prensa internacional, no sin preocupación, destaca: “En Libia, en cada casa hay un arma”. El pueblo conoce el poder de estar armado ¿Se dejará desarmar tan fácilmente?
 
Desde la LIT vemos que se abre un periodo prolongado de enfrentamientos entre el imperialismo y sus agentes y las masas victoriosas. Sin Gadafi, ahora las contradicciones aumentan y lo más probable es que asistamos a choques directos entre los planes del CNT y las aspiraciones populares.
 
Apostamos a que el proceso avance en el sentido de cuestionar los planes imperialistas y al propio gobierno provisorio del CNT, encarando la batalla por un gobierno de la clase trabajadora y el pueblo libio, apoyado en las milicias armadas. Sólo un gobierno de y para las masas trabajadoras podrá garantizar una Asamblea Nacional Constituyente que refunde el país sobre nuevas bases. Es urgente anular todos los contratos de Gadafi, que el CNT quiere mantener con las grandes empresas de los países imperialistas; nacionalizar el petróleo y castigar a los responsables de todos los crímenes de lesa humanidad de la era Gadafi. Pero, para todo esto, es imprescindible construir y desarrollar una dirección revolucionaria que levante estas banderas en la perspectiva de una Federación de Repúblicas Socialistas Árabes.
 
La muerte de Gadafi, que cierra el telón de un régimen oscuro y entreguista, puede ser un impulso al proceso revolucionario árabe de conjunto, del cual la revolución libia es parte. En esa dirección debemos ir las y los revolucionarios.

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26/10/11
 

 
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