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  En su 60º Aniversario: Las Mujeres en la Revolución China
 
 

En su 60º Aniversario: las mujeres en la Revolución China


CECÍLIA TOLEDO

En este 60º aniversario de la Revolución China queremos rendir un homenaje especial a las mujeres, sin las cuales esa gran revolución no habría sido posible. Mucho se  habla actualmente  sobre China, pero pocos recuerdan que las mujeres tuvieron un papel destacado en todo lo se referido a este país. Las mujeres se destacaron durante los peores años de hambre en China, fueron las que más han soportado la pobreza y la miseria infinitas, y todos los horrores advenidos de esa situación. Las mujeres se destacaron entre las trabajadoras y campesinas como los seres humanos que más han sufrido la opresión, en sus formas más violentas y brutales. Y las mujeres también se destacaron en las luchas por la liberación nacional y, sobre todo, en la larga y heroica revolución que culminó en 1949, con la victoria del Ejército Rojo.

 

En todos esos momentos, las mujeres chinas nos dejaron grandes lecciones para los que hoy luchamos en todo el mundo por la emancipación y por la revolución socialista mundial. Sobre todo nos han dejado la lección de que, por mayor que sea la opresión de la mujer, ella no está muerta para la lucha. Siempre es tiempo de estudiar, de abrazar la teoría revolucionaria y elevar nuestro nivel de consciencia. Siempre es tiempo de encontrar fuerzas, de levantar la cabeza y enfrentar al enemigo. Porque si nosotros no participamos de la lucha en el seno de la clase trabajadora, si no conseguimos romper los lazos que nos atan a las mujeres burguesas y su ideología, jamás vamos a encontrar el camino para nuestra liberación.

 

Homenaje a Chang Chiu-hsiang

 

Las mujeres chinas tienen nombre y apellido. Ellas dejaron de ser números después de la revolución socialista. Nuestra primera homenajeada, entonces, es Chang Chiu-hsiang, antes una campesina analfabeta que, después de la revolución, consiguió estudiar, ser elegida diputada y miembro de la Academia de Ciencias de China.

 

"Nací en 1910 en la provincia de Shantung, pero a los ocho años vine para el Nordeste. Una inundación destruyó mi aldea natal y mis padres, completamente arruinados, fueron para Shensi a ganarse la vida. Pero el hambre reinaba por todos lados y mi padre no consiguió alimentarnos, y un día me vendió por quince kilos de cereales a un campesino un poco menos pobre que él. Mi nuevo padre era gentil conmigo, pero la mujer no gustaba de mí. Me golpeaba, me obligaba a trabajar duramente y no me dejaba ir a ver a mi verdadero padre y mi familia. Mi nueva familia no era muy rica y quedaba cada día más pobre, porque su jefe fumaba opio, y los negocios se resentían. Comíamos poco y en mi tazón había más agua que arroz. Pero pronto ya ni eso poseíamos y mi padre adoptivo tuvo que venderme como esposa a un oficial. Hecho esto, tuvo pena de mí. Yo tenía trece años, era demasiado niña para que la boda fuese consumada, y mi padre adoptivo me ayudó la huir antes de la noche de nupcias. Partí, pues, por las carreteras de Shensi y empecé a mendigar. Eran los años del hambre. Muchas otras chicas como yo intentaban que las personas se apiadaran, pero nadie nos daba importancia. Ni pensar en encontrar quien nos adoptase o, al menos, nos alojase durante mucho tiempo. Los campesinos estaban hambreados. Un día, en una aldea medio abandonada, encontré a mi padre adoptivo y a la familia, que, como yo, pedían limosna. El hambre los había expulsado de su propia casa. Me quedé de nuevo con ellos"[1].

 

Homenaje a Fan Chin

 

Nuestra segunda homenajeada es Fan Chin, periodista y directora del Reijin Ribao (Periódico de Pekín).

 

"Mi padre, profesor de Química en la Universidad de Pekín, se volvió más tarde un alto funcionario del Kuomintang. Durante toda mi juventud pude verificar que ese partido era incapaz de cumplir sus promesas y realizar la más mínima reforma. La inseguridad, el paro, la opresión de las mujeres, la corrupción, todo eso constituía la realidad cotidiana y nunca cambiaba, a pesar de los grandes discursos que se hacían sobre el 'renacimiento nacional'. Vino la ocupación japonesa. Yo todavía estaba en el liceo, pero todas nosotras estábamos muy politizadas y había incluso en mi grupo jóvenes comunistas que me dieron para leer libros marxistas. Gracias a ellas pude partir para Yenan (tenía entonces dieciocho años). Yo era buena alumna, sobre todo en literatura. Por ello seguí el curso de Periodismo en la universidad femenina de Yenan. Pero no estuve allá mucho tiempo. Después de haber recibido una formación de base, fui mandada para la provincia de Hopei, donde teníamos una vasta base liberada. Las ciudades estaban ocupadas por los japoneses y no era una tarea fácil organizar la prensa en pleno campo. No teníamos tipografía y el periódico local era escrito a mano para después ser repartido en las reuniones de campesinos. Sólo en 1943 conseguimos una tipografía. Hacíamos circular nuestros periódicos incluso en las ciudades y los japoneses hicieron de todo para descubrir el origen. Todos nosotros éramos 'polivalentes'. Como mujer, me ocupaba de la organización de los comités femeninos de la resistencia. Era todavía más difícil que fabricar periódicos a mano. Porque nosotras, mujeres venidas de las grandes ciudades, teníamos hábitos muy diferentes de los de las campesinas. Ningún conocimiento teórico permite comprender lo que es la consciencia de clase de una campesina pobre: sólo es posible llegar a ella a través de una experiencia concreta. Sin embargo, poco a poco, conseguimos trabar relaciones de amistad con esas mujeres y comprenderlas. En los campos, la mujer china era doblemente oprimida, por la miseria y por el orden feudal que la sometía totalmente al hombre. El trabajo de los comités femeninos de la resistencia era explicar a esas semiesclavas que su emancipación era posible, y conducirlas para la lucha. Primero las enseñábamos a escribir, ellas nos contaban su vida y les explicábamos cómo debían reaccionar contra ciertas injusticias fácilmente evitables. Después las organizábamos en grupos de autodefensa y en grupos de ayuda mutua, para que resistiesen a los hombres"[2].

 

Cómo era ese trabajo

 

Como militante del Partido Comunista Chino, Fan Chin explica que el partido no imponía ninguna dictadura en las bases liberadas.

 

"Interveníamos lo menos posible en la vida de las organizaciones locales. Los comités de mujeres eran dirigidos por las mujeres de la propia aldea. Nosotros éramos simples consejeras que habíamos impulsado el movimiento. Claro que fueron promulgadas cierto número de leyes, como la que prohibía la venta de novias-niñas. Pero también ahí nos limitábamos a dar a conocer la ley, y no íbamos a vigilar todas las casas. Contábamos, antes que nada, con la educación, partiendo del principio que basta destruir un solo prejuicio feudal para desencadenar una reacción en cadena, que trae inevitablemente consigo la caída de los otros. La experiencia cotidiana confirmaba el valor de ese método. Muchas veces veíamos mujeres, pasivas y resignadas al inicio, que, meses después, se alistaban en las milicias populares para participar en la lucha armada. Todos los días notábamos una mejoría en el nivel cultural de las mujeres. Puedo decir, a título de ejemplo, que la actual directora de la Fábrica Química Número 5 de Pekín era una de las campesinas pobres de mi región y una de las más esclavas de las costumbres antiguas"[3].

 

Casa de Muñecas

 

Por influencia de la Revolución Rusa, las ideas marxistas penetraron con fuerza en toda China. Y dieron origen al proceso conocido como "Movimiento Cuatro de Mayo", en honor a una gran protesta ocurrida ese día, que se había esparcido por todo el país. Por todas partes, surgían grupos de estudio de marxismo, y las mujeres, antes imposibilitadas de ir a la escuela, vieron en esos grupos una oportunidad valiosa para estudiar. Esta, por lo tanto, fue una influencia poderosa en la lucha por la emancipación de las mujeres.

 

Otra influencia poderosa fue la obra del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, cuyas piezas fueron ampliamente escenificadas en China. En 1918, fue presentada "Casa de Muñecas", cuyo personaje central, Nora, decide, al final de la obra, abandonar el marido e ir en búsqueda de su propio destino en el mundo. Para las mujeres chinas, Nora se volvió un símbolo de la lucha por la liberación de las mujeres. Todas querían ser como ella. Las mujeres hacían cola en la puerta del teatro, gritaban durante las presentaciones y una edición del periódico Juventud Nueva, que tradujo la pieza al idioma chino se agotó en cuestión de minutos.

 

Las muchas Noras que surgieron por toda China encontraban en el Partido Comunista una forma concreta de organizarse e incorporarse a la lucha revolucionaria. En 1922, muchos comunistas chinos que habían ido a estudiar a Francia, retornaron a China, trayendo nuevas fuerzas a las filas del PCCh. Una de esas jóvenes, Xiang Jingyu, se reveló particularmente competente en la organización de obreras en las fábricas chinas. Ella traía así una nueva dimensión para las actividades del partido e identificaba otra fuente importante de apoyo, una vez que las mujeres (y niños) trabajadoras en las grandes hilanderías y tejedurías eran parte de los obreros más explotados de China.

 

Pero mientras su marido fue rápido elegido para el recién formado Comité Central, Xiang Jingyu sólo fue suplente, durante breve tiempo, y después quedó en posiciones secundarias, ligadas a actividades femeninas. Como tenía dos hijos (uno nacido en 1922 y otro en 1924), ella no podía consagrar toda su atención al trabajo partidario; su caso resalta el hecho de que las orientaciones del PCC eran dictadas casi exclusivamente por hombres[4].

 

Opresión y explotación extremas

 

En esa época, los sueldos eran bajos, el horario de trabajo extremadamente largo y las vacaciones postergadas o inexistentes. No había asistencia ni seguro médico, y la vivienda, casi siempre en alojamientos suministrados por los dueños de las fábricas o minas, era precaria. Los obreros eran frecuentemente identificados por números en vez de sus nombres. Los maltratos y las intimidaciones por parte de los supervisores eran constantes. Los sueldos eran reducidos por motivos triviales y se exigían constantes devoluciones. Con frecuencia, el número de mujeres trabajadoras superaba el de los hombres, componiendo 65% de la mano de obra de ciertas industrias textiles, y sus sueldos eran todavía más bajos. En muchas fábricas, en especial en las tejedurías, era común el trabajo infantil. Niñas de hasta doce años tenían como tarea sacar los capullos de seda de tanques del agua casi hirviendo con las manos desprotegidas, lo que provocaba terribles lesiones e infecciones de piel[5].

 

Las mujeres, parte importante de la pequeña clase obrera china, tuvieron un papel fundamental en todo el proceso revolucionario. Cargando en las espaldas el bulto de una opresión milenaria, la mujer china encontró en la revolución una forma de emanciparse. Y no vaciló en tomar ese camino. Su participación en la lucha revolucionaria fue tan grandiosa como precaria era su condición de vida y grande su opresión.

 

"La sociedad patriarcal china reposaba en la posición de los ancianos y su posesión de las mujeres como fuentes materiales de riqueza. Históricamente el control de las mujeres estaba concentrado en las clases agrícolas ricas, que siempre tenían las familias más numerosas. El campesino pobre raramente tenía más de una esposa, mientras los jefes de las tribus y los señores poseían innúmeras esposas, concubinas y mujeres esclavas que no solamente producían riquezas para el señor, gracias a su trabajo, sino que también generaban una gran cantidad de hijos, lo que confería a la nobleza un poder político local. Las mujeres eran consideradas propiedad privada del hombre y esa relación contaminaba toda la sociedad y el Estado"[6].

 

"La estructura del Estado, desde el pueblo hasta el trono, estaba profundamente influenciada por la condición de las mujeres como esclavas privadas, potencial de trabajo y productoras de hijos para las clases dirigentes. La familia era un terreno donde se cultivaba la obediencia a la autoridad del Estado. El padre era el autócrata supremo de la familia. La sumisión de la hembra al macho y del hijo al padre encontraba su contrapartida natural en la sumisión del campesino a la nobleza, del granjero al señor, del señor al soberano. De ahí se deduce que una acción que se comprometiese a fundo con la liberación de las mujeres tendría que transformar toda la sociedad de alto a bajo. Y por ello los comunistas combatieron con tanto vigor por la igualdad de las mujeres y los moralistas de la tendencia feudal del Kuomintang no perdieron una oportunidad de atacar los comunistas, acusándolos de haber 'destruido' a la familia china. Para unos, la liberación de las mujeres fue un medio de borrar el viejo régimen; para otros, frenar a las mujeres era un medio de conservar el poder"[7].


Sometidas a costumbres retrógrados, como amarrar los pies desde niñas para que se mantuviesen pequeños (¡en verdad, para que no huyesen de casa!), la boda acordad desde la cuna, ser tratada como propiedad del padre y del marido, las mujeres chinas vieron en el estudio del marxismo y la victoria de la Revolución Socialista en Rusia una forma concreta de conquistar la liberación. Y se lanzaron masivamente al proceso revolucionario, de todas las formas posibles, desde el estudio profundo del marxismo (una cantidad infinita de mujeres se volvieron aguerridas propagandistas de la revolución por toda China) hasta organizar milicias armadas.

 

Hicieron de su bandera contra la opresión una parte integral de la lucha de los campesinos contra el feudalismo, contra el ejército japonés, que cometió todo tipo de atrocidades contra las mujeres, y la tiranía de Chiang Kai-Shek. Conforme el Ejército Rojo avanzaba, surgían en las aldeas las asociaciones de mujeres que, entre otras tareas, eran las encargadas de castigar a los hombres que maltrataban las mujeres y que, a la vez, organizaban y entrenaban las mujeres para dejar sus casas y trabajar en el campo como forma de participar del esfuerzo revolucionario, ayudando el Ejército Rojo.

 

Esas asociaciones también acostumbraban organizar "huelgas" de mujeres contra los hombres que no las dejaban trabajar o demostraban cobardía y se negaban a alistarse en el Ejército Rojo. Así, las mujeres fueron imponiendo sus derechos en la práctica: elegir el compañero, divorciarse, trabajar fuera de casa, comer la misma comida que el marido y el suegro, participar de las elecciones de las aldeas, hacer entrenamiento con armas. La concienciación de las mujeres fue uno de los mayores apoyos que el Ejército Rojo tuvo en su retaguardia. Y en la medida en que las mujeres conquistaban sus derechos, fueron volviéndose conscientes de que, para mantenerlos, era necesito evitar a toda costa la vuelta del viejo régimen; eso hizo que ocupasen un lugar de vanguardia en la construcción de la nueva sociedad china.

 

La victoria de la revolución

 

La revolución socialista en China significó para las mujeres la emancipación completa. Las costumbres feudales, como amarrar los pies y vender las hijas, fueron terminantemente prohibidas. En cambio, los primeros decretos del nuevo gobierno (que tenía dos ministros mujeres, de Justicia y de Salud Pública) instituían derechos iguales para las mujeres y el fin de la servidumbre. Muchas mujeres habían empezado a beneficiarse también con la reforma agraria porque una ley del matrimonio, promulgada en 1950, daba a las mujeres solteras, divorciadas o viudas el derecho de poseer tierras en su propio nombre. Entre 1949 y 1950, fue creada la Federación de Mujeres de China, presidida por Cae Chang, una joven radical de Changcha que había participado del grupo de estudiantes enviados a Francia para trabajo-estudio, en 1919. Experta en organizar obreras, había servido en el Soviet de Jiangxi, había sobrevivido a la Larga Marcha y se había vuelto una figura prominente en la política de Yan'an antes de ser promovida a ese puesto.

 

Es importante registrar que ese poderoso movimiento de las mujeres chinas no se dio de forma independiente y tampoco fue un movimiento autonómico, sólo de mujeres. Por lo contrario, fue dirigido por el PCCh y de él no participaron las mujeres feudales o burguesas (que apoyaban al Kuomintang, sino sólo las campesinas y las mujeres pobres, que adhirieron masivamente a la lucha contra el feudalismo, el imperialismo y la dictadura militar. En las ciudades, las mujeres (mayoría en muchas de las fábricas) participaban de las huelgas y manifestaciones, y cogieron en armas contra la tiranía.

 

La restauración del capitalismo en China, a partir de finales de los años 70, significó para las mujeres la pérdida de muchas de esas conquistas. Justamente porque, junto con la explotación de la mano de obra en las fábricas y en los campos, están volviendo también todos los tipos de opresión y desigualdades. Las mujeres son las últimas en encontrar trabajo y las primeras en ser despedidas. Ganan menos que los hombres y no tienen derechos laborales. El enorme desempleo entre las campesinas que migran a las ciudades está haciendo que la prostitución, una vieja llaga de la sociedad china, vuelva a oprimir las mujeres. 

En este 60º aniversario de la revolución socialista en China, recordamos algunas de sus grandes figuras, mujeres que supieron levantar la cabeza a pesar de la enorme opresión que sufrían, y tuvieron un papel destacado en la lucha. Dejamos aquí nuestra solidaridad con todas las mujeres chinas que hoy, en las fábricas, en los campos y en todos los lugares de trabajo en China, están siendo explotadas por el capital extranjero, volviendo a la situación de semiesclavitud de la que habían conseguido liberarse en 1949 y contra la que necesitan, otra vez, levantar la cabeza.

 

[1] El testimonio íntegro está en el libro de K.S.Karol, A Nova China. Da Longa Marcha à Revolução Cultural, p.196.

[2] Idem, p.131.

[3] Idem, p.132.

[4] Ver Em Busca da China Moderna, de Jonathan D.Spence, p. 317.

[5] Idem, p. 325.

[6] Jack Belden, China Shakes the World, Ed. Gallimard, 1949.

[7] Idem.
 

 
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